Se trata de jornadas, actividades que propician el silencio y la oración, la reflexión e interiorización sobre temas fundamentales en la vida del creyente, orientados a favorecer la relación con Dios, consigo mismo y con todo prójimo. Generalmente los retiros están organizados siguiendo el ritmo del año litúrgico, mientras que los ejercicios espirituales son programados durante el verano.